Hoy es el segundo gran día de Carlos Mazón en la política autonómica valenciana. En realidad, el de la investidura fue el segundo gran día, aunque tuviera lugar antes, y el de hoy, la toma de posesión, el primero, el más bonito, el más lucido, el más emocionante, el día en el que nadie te reprocha nada, ni pactos ni nada, y en el que en tus adversarios no encuentras más que sonrisas, apretones de manos, e incluso algunos que otros abrazos, que en el caso de los propios son moneda corriente.
Con Mazón hoy, como con Alcaraz ayer, empieza una nueva época. Una época en la que el nuevo presidente de la Generalitat tendrá que devolver pelotas a 200 por hora cuando vaya a la superficie rápida de Les Corts, hará dejaditas cortadas a un palmo de la red cuando la disputa política sea sobre la tierra batida del Ejecutivo autonómico, y ‘liftará’ las pelotas envenenadas cuando pise la hierba de escenarios auditores.
Mazón es un presidente fresco, joven, con un punto de atrevimiento y tres cuartas de prudencia, con un extraordinario olfato político que de no fallarle le mantendrá al frente de la Generalitat probablemente más de un mandato.
De sus antecesores probablemente lo que mejor pueda imitar Mazón para su arranque al frente de la Comunidad Valenciana es su desinhibición a la hora de hacer reformas y acometer proyectos, que en el caso del Botànic no siempre han sido para las mayorías y a veces han resultado incluso un poco locas.
La derecha suele ser más mirada a la hora de cambiar las cosas, pero si actúa con valentía, franqueza, honradez, y la máxima humildad que permita el enorme poder que ya detenta en la Comunidad Valenciana, será muy bien valorada, y tendrá un futuro espléndido.