El problema de España a partir de septiembre no va a ser el de que se pueda o no formar Gobierno, sino el de que el Gobierno que se pueda formar aguante. Aguante tener que negociar cada votación importante con todo el Frankenstein ampliado con el prófugo Puigdemont.
Los Presupuestos Generales del Estado, por ejemplo, cuando ya previamente se habría acordado la investidura con la hoja de ruta que más le interese al independentismo para los próximos años, los años definitivos. Eso, dando por hecho que Pedro Sánchez se atreva a armar ese engendro político, que todo parece indicar (sus antecedentes, las declaraciones tras el 23-J, y las filtraciones de negociaciones) que se atreverá.
Para que ese Frankenstein ampliado salga se tiene que contar a la vez con parejas de rivales para las autonómicas del año que viene: Junts y Esquerra, Bildu y PNV. Todos con Sánchez o nada. O no. Porque, ¿qué pasaría si el PNV, cansado de que el PSOE impulse a Bildu para que Otegui acabe siendo lehendakari, decide no votar a Sánchez?
A Alberto Núñez Feijóo tampoco porque va con Vox. Pero al PSOE no porque va con Bildu. Entonces, PSOE, Sumar, Bildu, Esquerra y NBG sumarían 167, y PP, Vox y UPN, 170. Con la abstención del PNV, ganaría por tanto Feijóo en segunda votación.
Es una opción que yo aún no se la he oído a nadie y que se vería reforzada si el PP aún rasca uno o dos escaños en el recuento pendiente del voto extranjero porque en ese caso ya no le valdría a Sánchez con el voto a favor del PNV y una abstención de Junts, sino que los de Puigdemont también tendrían que votar a favor.
La hipótesis alternativa que ahora cobra fuerza aunque sólo sea como elemento discursivo es la del acuerdo entre PP y PSOE con un independiente de presidente, que es la que quieren los empresarios, especialmente los que cotizan en una bolsa que ayer cayó significativamente, pero que con Sánchez a los mandos del PSOE parece simplemente imposible.