En los últimos tiempos observo cómo reiteradamente el Gobierno y sus terminales mediáticas insisten en convencernos, con datos, de las buenas perspectivas para la economía española.
Los índices de crecimiento del país en el contexto europeo, siempre corregidos al alza, ofrecen la sensación de que España va bien, que diría Aznar.
Pero a la vez observo cómo los medios de comunicación más críticos, en especial durante los fines de semana, en los que las noticias escasean, se pasean por mercados y supermercados para recordarnos lo imposible del precio de aceite y del azúcar y lo difícil que para una grandísima parte de la población está llegar a fin de mes.
El dato de hoy de la inflación es contundente: los precios son hoy un 3’5% más altos que hace un año. Y ésa es una subida que se acumula a las de los dos años anteriores, que fueron del 8’4 y del 3’1%, es decir, otras dos barbaridades.
La electricidad, los combustibles, los alimentos y las hipotecas (que no van a bajar, ni siquiera a contenerse a corto plazo) son factores de riesgo para la economía familiar, ésa que mira la propaganda gubernamental con escepticismo y alguna palabrota más o menos contenida.