Hoy es 3 de octubre, aniversario de la histórica declaración del rey que paró el golpe de los independentistas catalanes, como 36 años antes hizo su padre con el golpe militar en el Congreso.
Desde entonces los líderes de la revuelta han pasado de la cárcel y el exilio voluntario a el mando efectivo sobre España. Porque de ellos depende nada menos que la gobernabilidad del país del que se quieren ir. Y para eso último sólo pueden contar eventualmente con Pedro Sánchez. Y lo saben. Por eso hablan con los socialistas, en una negociación en la que sólo va a ceder uno, el más débil, el presidente español.
Sabiendo que las alusiones a un imposible referéndum son sólo un farol con el que cegarnos, las verdaderas cesiones sabemos que van a ser la amnistía y mejoras económicas a determinar. Entre las que nada bueno puede caernos a los valencianos, como ya dijimos aquí recién pasadas las elecciones. Porque los únicos valencianos que pueden exigir en Madrid son los de Compromís, y ya sabemos que hasta ahora sus exigencias de financiación y nivelación han sido siempre aplazables.
Nada hace pensar que ahora que ni siquiera tienen independencia respecto de Sumar, el aliado seguro de Sánchez, algo vaya a cambiar. Compromís no es el PNV, ni Coalición Canaria, ni ERC. Compromís es más de izquierdas, de impedir que gobierne la derecha, que de sacar provecho para la Comunidad con sus dos votos, decisivos durante toda la nueva legislatura para el Gobierno que se va a formar. Ésta habría de ser la hora de Compromís.
Pero de lo único que se habla estos días es de las exigencias añadidas de los independentistas catalanes para que se paralice la ampliación del Puerto de Valencia, el Puerto de España, pendiente sólo de un permiso del Gobierno que nunca llega. Y con el que Compromís no está de acuerdo. Como Esquerra. Como Junts.
Objetivamente hablando, no parece que el Gobierno que se va a formar vaya a ser bueno para la Comunidad Valenciana. Desgraciadamente. Y si no, al tiempo.