Este Gobierno no se caracteriza especialmente por la coherencia. Desde que los incumplimientos se convirtieron en cambios de opinión y la unidad de acción en diversidad de criterios, todos tenemos claro que una cosa es lo que digan los ministros socialistas, y otra lo que suelten los ministros de Podemos y Sumar.
Y a eso nos hemos acostumbrado en la política doméstica española: el Gobierno no habla con una sola voz, como había pasado toda la vida del Señor hasta que Pedro Sánchez se aupó al poder.
Pero esa situación, que a nosotros ya no nos espanta, se vuelve un poco más peliaguda si se traslada a la política exterior de nuestro país, que sí debiera hablar con una sola voz gubernamental. Y el ministro que no esté de acuerdo, que se calle o que dimita, como ha pasado siempre.
Ahora no, ahora el presidente lleva una línea y parte de sus ministros la contraria. Y eso va en detrimento de nuestra credibilidad y de la fortaleza de nuestras alianzas internacionales, que siempre empiezan con acuerdos de amistad, y acaban derivado en comerciales.
Ahora, la parte mayoritaria del Gobierno reconoce el derecho de Israel a la legítima defensa mientras la parte minoritaria del Ejecutivo no condena el terrorismo que ha provocado la presente crisis. Y así no vamos a liderar nada en el mundo. Palestina nos está poniendo a prueba.