Hay un viejo aserto que dice que si quieres saber quién ha hecho una cosa debes primero pensar a quién beneficia que se haya hecho esa cosa. En estos tiempos líquidos, casi gaseosos, de inteligencias artificiales, de fake new y desinformación, de granjas de mentiras en las redes sociales en los que nos movemos, dar por buena la primera prueba que caiga en nuestras manos de un determinado hecho, sin mayor verificación, es muy arriesgado.
Yo no sé quién tiró el misil o lo que fuera que cayó ayer sobre un hospital cristiano en Gaza. Pero si tengo claro que el horror de esa explosión ya ha provocado que se suspenda una reunión de Joe Biden con los líderes de Egipto, Jordania y la Autoridad Palestina. Es decir, aleja la posibilidad de enfriar los ánimos en la región.
También los iniciales ataques terroristas de Hamás en Israel tuvieron la virtualidad de frenar el acercamiento de algunos países árabes al Estado judío. Es decir, tanto una barbaridad como la otra perjudican claramente las posibilidades de estabilizar las fronteras de Israel.
Lo que pasa es que Netanyahu no está considerado precisamente una paloma (en terminología diplomática), y sus declaraciones anunciando el apocalipsis vengativo en Gaza tras la provocativa incursión de Hamás no ayudan a pensar que no fueron los suyos los que destrozaron ayer el hospital. Aunque no lo hicieran, porque, desde luego, no les conviene o hubiera convenido hacerlo.
Por eso ahora se afanan en intentar demostrar que estamos ante un accidente o una acción bélica de falsa bandera.