La izquierda valenciana anda a la par exultante y contrariada por la decisión del Consell de mantener las reversiones programadas de los hospitales de Manises y Denia.
Exultante, porque el nuevo gobierno autonómico ha acabado por darle la razón eliminando en estos casos (y queda sólo uno más vigente) la colaboración público-privada sanitaria a la que antes se asía, encima con la explicación de que lo hace por la presión política y social en esas zonas geográficas, aunque también haya pesado lo suyo la falta de ganas de confrontar los informes favorables del Botànic con unos nuevos en contra que estarían por hacer y que embarrarían el terreno de juego.
La izquierda por tanto ya sabe que si presiona en calles y plazas de la Comunidad puede conseguir algunas cosas importantes.
No importa lo que dijeran los programas electorales ni los famosos informes del Síndic de Comptes que avalaban las concesiones sanitarias por eficientes y eficaces, a falta de conocer la auditoría de Conselleria que tenía que estar acabada en septiembre y de la que apenas sabemos nada.
El disgusto de la izquierda viene por lo mismo que la sorpresa más a la derecha: porque el PP se haya querido apropiar (seguramente de manera infructuosa) de una de sus principales banderas ideológicas, la del engorde del sector público. Algo que choca mucho viniendo de donde viene.