1.600 policías apostados en los alrededores del Congreso ofrecen la imagen de la sede de la soberanía española acechada y en trance de ser asaltada. Los de dentro son los demócratas aunque se salten el orden establecido, y los de fuera son los fascistas aunque no se salten nada.
Puede que haya cabezas de búfalo o de bisonte dispuestas a hacerse un Tejero y fotografiarse en la tribuna de oradores sin oradores, pero no creo que ésa sea la intención de la inmensa mayoría de españoles que se pueden permitir de buena mañana salir a la calle a protestar por algo. También cuando Rajoy había gente, pero de izquierdas, rodeando el Congreso. Y también las sedes del PP padecieron escraches en su día como ahora las del PSOE, escraches reprobables en todos los casos, no sólo en los que interese a una parte.
Este nuevo conflicto, español, con el que dicen que van a enterrar el llamado conflicto catalán, se está internacionalizando: Feijóo se lo explicaba ayer a los corresponsales extranjeros con el hagstag “ayudad a España”, HelpSpain, y el ministro Bolaños le ha pedido cita al comisario europeo de Justicia para hacer lo propio. Estos días todo el mundo protesta, pero normalmente sin dejar el puesto de trabajo o el calor del hogar cuando cae la noche. La mayoría, mediante comunicados de queja de lo que un solo hombre le está haciendo a todo un país y a la mitad por lo menos de sus habitantes. Gobernar contra una mitad es muy contraproducente, pero parece que va a ser cada vez más frecuente. A pesar de las concentraciones, a pesar de los comunicados de las instituciones.
Ayer Mónica Oltra, que es abogada, aseguró en sus redes que la protesta contra la amnistía del Colegio profesional del que forma parte no le representa. Bueno, tampoco quienes han pactado esa norma representan a quienes han firmado en contra, por eso se quejan, ni a quienes se manifiestan en contra, ni siquiera a muchos de los que votaron a sus impulsores, que no sabían que estaban votando amnistía, y ahí estamos. Así son las cosas.