Todos los interesados en convencernos de que España no se va a romper si cede en todo ante los independentistas parodian los miedos de los demás argumentando que el sol sigue saliendo para todos, que sigue habiendo comida en los supermercados, o que la gente no va armada disparándole a todo lo que se menée.
No, efectivamente así no está España. Porque para romper algo primero hay que desgastarlo hasta debilitarlo lo suficiente. Y no hemos llegado a ese punto. Pero denle tiempo a algunos. De momento el debate está sobre todo en la amnistía. Pero también en los propios pactos del PSOE con Junts, que según un senador independentista ya fueron supervisados por un verificador (y ojo, que de los alcanzados con Bildu apenas se sabe nada).
Ambas cosas, amnistía y pacto con Puigdemont, van a ser estudiadas con detalle por la UE. Quizá ése sea el mejor argumento para que Esteban González Pons no se mueva por ahora de Bruselas, a pesar de que haya llegado a sonar, mucho, para portavoz del PP en el Congreso. Sobre la amnistía va a tener que pronunciarse también el Constitucional.
Y hoy hemos sabido que el exministro socialista Juan Carlos Campo, ahora en el TC y antes, como todos sus compañeros contrario a la amnistía pero él más porque él es juez, ha decidido no participar en el debate cuando la ley llegue al alto tribunal. Uno menos para la mayoría progresista en ese órgano. Alarma roja en el Gobierno.
Encima Óscar Puente, el Bud Spencer de La Moncloa, ha confesado sin rubor que no defendería la amnistía si no fuera porque les hacen falta los siete votos de Junts. Y así todo.