Semana horríbilis de Pedro Sánchez. Y aún queda el fin de semana. En tan sólo cinco días, el presidente del Gobierno ha incendiado las relaciones diplomáticas con Israel e Italia, ha visto cómo el Supremo le destituye a la presidenta del Consejo de Estado, y ha comprobado cómo los jueces reprueban al fiscal-jefe que él nombró.

Si a eso le sumamos otros conflictos internacionales, como el que perdura con Argelia, y otros líos judiciales como el de la anulación por parte del Supremo del ascenso de la anterior fiscal general, pues tenemos claro que la diplomacia y el respeto al poder judicial y sus normas no figuran entre los puntos fuertes del actual inquilino de La Moncloa.

Si a eso le sumamos sus roces con los empresarios que pueden hacer grandes inversiones dentro o fuera de España, como Repsol que se plantea irse a Portugal, o Mercadona, que se plantea que si en Portugal pasara lo que aquí igual frenaban su expansión allí, pues tenemos un problema o dos o tres. Porque lo que haga el presidente del Gobierno de nuestro país nos afecta a todos.

Y que ayer dijera que quiere llegar a acuerdos con el PP, después de anunciar que levantaría un muro para no hacerlo es otra buena prueba de la fiabilidad de la palabra de un presidente de ocurrencias inagotables ciertamente impagable para los periodistas, sólo comparables a las de su ministro Bolaños, el de la preocupación cero de Europa por la amnistía, al que acaba de desmentir Europa diciendo que no dijo eso. Cero cero, señor ministro. Cero cero.