Para aquellos que partieron en el cruel abrazo del fuego, aquí va un poema en su memoria:
En el silencio de las llamas,
donde el humo danza con el viento,
se desvanecen los sueños y los nombres,
y el hogar se convierte en un altar ardiente.
Las paredes, testigos mudos,
guardan historias de risas y lágrimas,
de cenas compartidas y secretos susurrados,
ahora reducidas a cenizas y recuerdos.
Las sombras de los ausentes se alzan,
como llamas etéreas en la noche,
sus voces susurran en el crepitar del fuego,
pidiendo paz y consuelo en su último viaje.
¿Por qué, oh fuego implacable,
nos privaste de estos sentidos corazones?
¿Por qué arrebataste sus risas y abrazos,
dejando atrás solo cenizas y dolor?
Pero en esta tristeza, encontramos fuerza,
como el renacer de un fénix entre las brasas,
nos aferramos a la esperanza y la memoria,
y prometemos honrar su legado en cada alba.
Así que, en el rincón ya requemado de nuestro corazón,
encendemos una vela por aquellos que se fueron,
y en el resplandor tenue, encontramos consuelo,
sabedores de que su luz nunca se extinguirá por completo.