El trágico incendio de Campanar nos tiene que hacer crecer en autoestima como sociedad al calor de la lección de solidaridad que hemos ofrecido. También nuestras autoridades han estado ágiles en los anuncios y las medidas, seguramente alertadas por el fiasco de otras administraciones, por ejemplo con los afectados por el volcán de La Palma.

Los cuerpos de emergencias han cumplido con creces sus obligaciones, excediéndolas heróicamente en algunos casos. Y luego están las cosas claramente mejorables.

Además de la revisión de las causas del siniestro y de los motivos de su rápida propagación, que no son sólo meteorológicos, habrá que tirar de las orejas a determinados comunicadores y periodistas que, en unos casos parecen no haber aprendido nada del tratamiento del caso Alcàsser, y en otros se han creído el sheriff del condado.

Mención aparte merece la guerra de micrófonos que derivó en la triste escena de una ministra a la que casi nadie conoce colándose por delante de la delegada del Gobierno para chupar cámara, y de un líder de la oposición, que visto lo visto, al día siguiente hizo algo parecido, supongo que por verse por encima de la categoría de ministro y a la altura de la del presidente del Gobierno.

El incendio sin embargo nos está impidiendo ocuparnos como merece del caso Koldo, en el que Sánchez ha bajado el pulgar para José Luis Ábalos, el hombre sin el que él no hubiera llegado a donde ha llegado, y a quien este fin de semana sus escasos fieles defendían ‘de los ataques de la derecha’ con el hagstag en Twitter ‘Ábalos se queda’. Es verdad que la derecha empuja, sí, pero quien va a despeñar a Ábalos es Sánchez, no Cuca Gamarra.

¡Cómo de grande será el temor del todavía presidente a que este escándalo hunda reputacionalmente al PSOE enfangándolo en la corrupción que achacaba exclusivamente a la derecha que se arriesga pidiéndole la dimisión a que Ábalos acabe tirando de la manta!