El caso Ábalos, que es una parte de momento sólo política del caso Koldo, me tiene más loco que Ester Expósito a Dani Martín. Si no sabe usted quiénes son esos no importa, no es relevante para lo que les quiero contar. Que no es sino la maldición que perturba estos días a Pedro Sánchez, el que se cargó el delito de rebelión, y al que se le ha rebelado su otrora Sancho Panza José Luis Ábalos.
Ábalos ha hablado esta mañana donde Alsina, y de las muchas respuestas que dijo ayer en el Congreso que tenía ha dado hoy pocas, más allá de adelantar que va a recurrir su suspensión de militancia y que el inédito órdago público de su partido antes de ayer le sentó fatal. Puede ser que esas otras respuestas se las esté guardando para cuando sea que le pueda interesar más que ahora, porque ahora a lo que se quiere dedicar es a no parecer el apestado en que se ha convertido. Su entorno me decía anoche que no, que ‘jamás tuvo tantas adhesiones’. Puede, pero son adhesiones escondidas.
Ábalos es más simpático a la militancia de base que Sánchez, y se puede convertir, a un año escaso de su edad de jubilación, en un factor desestabilizante si la gente sale de las catacumbas. De momento lo que subyace en sus intervenciones públicas de ayer y hoy es que su prioridad, por el momento, es restaurar su reputación. Hay dos valencianos más que yo conozca y hayan tenido altas responsabilidades políticas que tienen el mismo empeño: Camps y Zaplana. Si habla usted con ellos le dirán eso, que no quieren nada, sólo que sus descendientes puedan llevar la cabeza alta.
Ábalos se quejaba en particular esta mañana de que un banco ha anulado un préstamo en el que él figuraba sólo como avalista. El aval de Ábalos era riesgo reputacional para un banco sólo dispuesto a asumir el riesgo de solvencia. La batalla por la reputación es en el fondo la batalla por el relato.