Las Fallas son un gran invento. Mejor dicho, una gran tradición, orgullo de los valencianos, motivo de admiración de los visitantes, y Patrimonio de la Humanidad. Y organizar todo lo que conlleva la fiesta no es sencillo. Pero se lleva haciendo muchos años, y en teoría se debería haber aprendido de la experiencia.
En general muchas cosas están muy bien, la mayoría. Hasta la recuperación del pasodoble ‘Valencia en Fallas’ del entrañable Vicente Ramírez para después de las mascletás. Sin embargo, hay puntos muy mejorables en estas Fallas.
Por ejemplo, anoche niñas pequeñas desfilaban en la Ofrenda a las 3 y media de la madrugada. No es la primera vez, de acuerdo, pero debería ser la última. Algunos lo tomarían como un atentado a la salud. Como lo de las orquestas con altavoces suficientes como para cubrir un campo de fútbol atronando hasta las cuatro de la madrugada en cualquier pequeña plaza de la ciudad. Otro atentado a la salud. Yo por ejemplo llevo veinte años viviendo en el mismo sitio, a más de 200 metros de la supuesta carpa, y lo de anoche no lo había vivido nunca. Menos mal que no pusieron reggaeton.
No me extraña que las denuncias por exceso de volumen estén aumentando. El derecho a la salud (y el descanso es clave) está amparado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, puestos a buscar refrendos internacionales.
Si a estas cosas le sumamos las quejas por permisividad con los churreros y por mediocridad en los monumentos, la senyera catalana en una mascletá, la oposición ensombrecida durante la Crida, y las protestas públicas sobre la composición del jurado, convendremos en que además de preocuparnos por la limpieza de la ciudad (que es cosa de otro departamento) habrá que hacerlo también del buen desarrollo de ciertas partes de la celebración, que cuenta con una concejalía específica aligerada de las otras 65 fiestas de la ciudad.