Se supone que cuanto más mayores nos hacemos menos cosas nos sorprenden. Sin embargo, aún hay quien se llana a andana con cosas que se dicen o se hacen en determinados ámbitos públicos. Por ejemplo, con la costumbre que tienen los independentistas catalanes de apropiarse de señas de identidad valencianas como las Fallas o la paella.
Òmnium Cultural lo ha vuelto a hacer. No es la primera vez, ni va a ser la última, porque para ellos nosotros somos catalanes. Y para algunos de nosotros, desgraciadamente también. Y ya está. Por eso TV3 nos llama País Valencià con la excusa de que hay una referencia histórica en el preámbulo no normativo de nuestro Estatut. Por eso ensalzamos hasta la extenuación a poetas que pregonaron su afinidad con Cataluña, como Estellés, e ignoramos hasta la infamia a los que hicieron gala de su inequívoca valencianía toda la vida, como Anfós Ramón. Independientemente de que ambos fueran buenos en lo suyo, que lo eran. Somos así, y así nos va. Y así nos tratan. A lo mejor ahora empiezan a cambiar las cosas, pero han sido muchos años de no plantarles cara a los que no respetan nuestra identidad.
Otra cosa por la que mucha gente hoy se sorprende es porque otros encausados en el juicio por el caso Erial estén dejando a Zaplana tirado como una colilla. Con razón o sin ella, que eso lo tendrá que decidir el tribunal que les juzga a todos ellos. Pero vaya, que uno al que se supone que le ofrecen rebajarle mucho la pena si denuncia al otro acepte el pacto no debería ser tomado como señal inequívoca de que los hechos fueran así. Qui prodest.
Si las cosas fueran a peso, contra Zaplana íbamos a tener esta semana al menos cuatro titulares frente a uno sólo a su favor, el suyo. Pero en la Justicia las cosas no pueden ir a peso. Lo contrario sí sería para llevarse las manos a la cabeza.