Pedro Sánchez necesita parar y reflexionar durante cinco días. Pero España no puede parar cinco días porque el presidente esté enamorado de su mujer, que es una cosa que a mí me importa un comino pero que al final es la principal conclusión que se puede extraer de su carta a la ciudadanía. A su trabajo en La Moncloa se tiene que ir llorado de casa. Como hacían González o Aznar. El problema es que a Sánchez se le nota que la casa la tiene en La Moncloa.
Su antecesor, Mariano Rajoy, dijo una vez en público que “durante estos años me he llevado problemas del trabajo a casa, pero jamás me he llevado un problema de casa al trabajo, porque alguien se encargaba de solucionar ese problema con discreción y con cariño”. Y ese alguien era su mujer.
Gran diferencia con el caso actual. Dice el presidente que no tiene apego al cargo: pues debe ser otro de sus cambios de opinión. Sánchez nos da cinco días para que sepamos si está preparado para seguir siendo presidente del Gobierno. En vez de dimitir, que es lo que hizo Adolfo Suárez sin someternos a más ansiedad de la estrictamente necesaria.
Que Sánchez se escandalice de que la Justicia abra diligencias previas y de momento muy menores a su esposa, cuando él y los suyos han hostigado sin pausa a familiares de Feijóo y de Ayuso, es de nota.
Que el presidente más divisivo de la Democracia española presione así al juez del caso en vez de ofrecer explicaciones a la ciudadanía y en su caso a la Justicia es de traca.
Que el marido de Begoña deje de trabajar cinco días pero los cobre es un escándalo. Que un presidente español sea tan vulnerable a los estados de humor de su mujer, de Puigdemont, Otegui y Marruecos es para preocuparse.
Que vea contubernios, como lo hacía Franco, y que casi-casi le estén preparando una concentración en la plaza de Oriente, como a Franco, o en Ferraz o donde sea, es de risa.
Y que piense que ese contubernio es porque no se acepta a su Gobierno legítimo cuando él no acepta los gobiernos legítimos de determinadas comunidades autónomas, es para llorar.
Me voy a tomar cinco días para pensarlo bien.