El mundo da miedo. En las pantallas y en la prensa solo vemos el horror de Gaza y de Ucrania. Pero existen 52 conflictos abiertos, entre ellos guerras olvidadas como la de Siria, Somalia y tantas otras. Sumemos a eso la tensión en muchos países por la polarización política, desde Estados Unidos a España; y el ascenso inquietante de la extrema derecha, en casi todas las latitudes, elección tras elección. Deberíamos añadir a esa preocupante percepción, los conflictos diplomáticos tradicionales, más los que azuzan personajes como el presidente argentino Javier Milei, al que el periodista Fernando Onega propone modificar levemente su apellido para escribir MiLey. Su ley es la de la motosierra de derechos, de educación, respeto y también de la palabra como poderosa arma de diálogo y consenso.
Ante ese frente abierto de despropósitos, conviene atrincherarse en la “diplomacia blanda” porque “solo con cooperación institucional es posible preservar la democracia. La cooperación es imprescindible en estos tiempos donde se grita más que se habla”, afirmó Susana Malcorra, ex ministra argentina de Exteriores y ex jefa de Gabinete del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon. Hablaba en el Foro Next Educación con motivo del 75 aniversario de la Organización de los Estados Americanos, la OEI, un organismo de gran relevancia e influencia pero bastante desconocido. Su secretario general, Mariano Jabonero, advierte de “una cierta fatiga democrática: la democracia debe cuidarse porque no hay libertad sin igualdad”.
Con más de 650 proyectos anuales y siete mil empleados en Iberoamérica, Portugal y España, “la OEI juega un papel vital como elemento vertebrador de la cooperación internacional”, afirma Jabonero, obteniendo más reconocimiento fuera que dentro de España, porque su acción es básicamente exterior.
En ese Foro, la profesora Érika Rodriguez Pinzón, directora de la Fundación Carolina, planteó que “el desafío es cómo no dejamos perder las instituciones, porque recordemos que solo un tercio de la población mundial vive en democracia”. Tomemos nota.
Y el epicentro de todo es, para la OEI, la educación. Formando a cientos de miles de profesores en matemáticas, por ejemplo, se hace una aportación neta a la calidad de la educación. Muy destacable también el trabajo para contener la brecha formativa generada por el azote del Covid que supuso, para millones de niños en Iberoamérica la pérdida de dos cursos y un retraso muy difícil de recuperar. Los empleados de la OEI se volcaron para contener esa brecha que se abría bajo los pies de los escolares americanos. En una escuela con poca digitalización y muy deficiente acceso a Internet, la diferencia de clase social se reflejó más que nunca en los niveles de formación, en sus avances y retrocesos.
“La educación tiene un papel protector de la infancia. En muchos territorios les da conocimientos, los alimenta y los protege de grupos armados”, planteó Érika Rodriguez Pinzón. Porque donde hay escuela, hay civilización. Si cierra una escuela rural en España, viene el silencio y el pueblo se apaga. Pero en muchas zonas del mundo ese territorio vacío lo ocupan personajes indeseables. Otra línea de conversación muy interesante es la que abrió Mariano Jabonero: “En España, el informe PISA advierte que donde hay más escuelas rurales, el nivel medio es más alto”.
“Necesitamos más instituciones para tender puentes y crear visiones compartidas y consensos”, concluyó Susana Malcorra quien felicitó a la OEI en su 75 aniversario, reconociéndole públicamente su altísimo valor, algo que en España nunca se ha hecho.