Anoche asistí a la proyección del largometraje ganador del Oscar 2024 en la categoría documental con el que la Filmoteca Valenciana clausuraba este año el Human Fest, festival de cine de derechos humanos.

Invitado por el consulado honorario de Ucrania en Valencia compartí 95 minutos de emociones a flor de piel con una sala repleta de valencianos y ucranianos que guardaron un silencio sepulcral, nunca mejor y peor dicho a la vez. Como la de ver morir a un bebé de 18 meses en las manos de unos médicos que lloraban mientras luchaban por mantenerlo con vida delante de la cámara de unos reporteros de Associated Press que aguantaron en la ciudad de Mariúpol 20 de los 86 días que la urbe resistió la invasión rusa.

La cámara lo recogió todo: el bombardeo de edificios civiles, incluidos hospitales, las carreras de los periodistas buscando una zona con internet para mandar al mundo las únicas imágenes de lo que allí sucedía, el sobresalto de una señora mayor tapada con una manta cada vez que estallaba un obús a cincuenta metros, el giro de la cabina de un tanque hasta que el cañón acababa apuntando adonde estaban los periodistas y las carreras para bajar a tiempo desde el séptimo piso del edificio.

Lo que la película ’20 días en Mariúpol’ retrata (y, duele decirlo, con una impecable, fría, terrible y sin embargo poética realización) es, directamente, el miedo. Hace unos días estuvo Volodimir Zelenski en España. Se entrevistó por separado con el rey, con el presidente del Gobierno, y ya de manera conjunta con los portavoces parlamentarios en el Congreso.

En esa última reunión adivinen qué hizo Míriam Nogueras, la portavoz de Junts, la portavoz de Puigdemont: pues me cuentan dos fuentes distintas que emplear varios minutos en explicarle a Zelenski, delante de los demás portavoces, que su grupo político se sentía muy solidario con los ucranianos porque Cataluña lleva 300 años sometida a España.

¿Se lo pueden creer? Yo creo que a esta señora y a todos sus compañeros les vendría bien ver esos ‘20 días en Mariúpol’ y compararlos después con los 300 años en Cataluña.