La compleja arquitectura de las instituciones de la Unión Europea y lo confuso de los nombres de la mayor parte de ellas (Consejo, Comisión… sólo se salva el Parlamento) hace poco sugerente la idea de ir a votar el domingo. Tampoco la campaña, en la que se ha hablado de todo menos de Europa, propicia el acercamiento a las urnas del votante potencial.

Si supiéramos en cambio lo que ir o no ir nos va a suponer, otro gallo nos cantaría. Porque aquí hay varias cosas clave en cuestión. La primera, el cambio de paradigma del llamado ‘documento estratégico de la Unión’ para los próximos 5 años (porque las elecciones europeas son cada cinco años). En él pesan más las medidas para que nuestra economía sea tan competitiva como la norteamericana o la china, y pesan menos la transición ecológica y las prisas por poner impuestos y recargos a nuestras industrias para que no contaminen, mientras chinos y americanos producen sin miramientos. Eso, por un lado.

Por otro lado, la amenaza rusa, que se vive como una realidad acuciante en buena parte del continente aunque aquí nos preocupe más Gaza. Vamos a tener que gastar más en armas, queramos o no. Y va a haber también mayor control sobre los flujos migratorios. Pero todas esas cosas se harán con mayor o menor intensidad y velocidad en función de los resultados electorales.

Los comisarios, que son como los ministros, los ponen los gobiernos de los países. Cada país pone equis comisarios. Y según los acuerdos entre países, las carteras para cada comisario serán unas u otras. Pero los eurodiputados los ponemos nosotros. Y como ninguna tendencia política va a tener mayoría absoluta, pues habrá que formar coaliciones. Hasta ahora se han entendido los equivalentes continentales de PP y PSOE. Ahora, con el auge de las ultraderechas (hay varias) se presume que quizá acabe habiendo alianzas de bloques, las derechas por un lado, las izquierdas por otro.

No parece buena cosa polarizar Europa tras haber polarizado algunos de sus países miembros, como pasa aquí. Los consensos han sido siempre mucho más productivos que las políticas de unos contra otros. Y más, cuando Europa se ha convertido para tantas y tantas controversias nacionales en el último recurso de apelación, en la última frontera ante la demagogia, el populismo, y los tics totalitarios. Eso es lo que nos jugamos el domingo.