Me sabe mal ocuparme de esto cuando hay tantas cosas importantes por ahí que comentar. Además, de esto ya hemos hablado algunas otras veces, pero me temo que vuelve a ser necesario abordar el tema hoy, víspera del día del Orgullo, gay por supuesto, y día después de una de las polémicas más artificiales e interesadas que recuerdo de los últimos tiempos: la de tergiversar malintencionadamente unas declaraciones hasta convertirlas en un escándalo porque sus destinatarios difícilmente contrastan lo que oyen. O claramente no quieren ver lo que hay, no sea que se les estropee la polémica. La alcaldesa Catalá dijo ayer que ella no pone pancartas en el Ayuntamiento ni del día del Orgullo, ni del día del cáncer o de la ELA. Dí-as, dí-as, no enfermedades.
No dijo que ser gay sea una enfermedad, como sí lo son el cáncer o la ELA. Pero ya está, la oposición, como el jefe de policía de Casablanca, se escandalizó porque en ese salón del bar descubrió que se jugaba, porque la alcaldesa había llamado ‘enfermos’ a los homosexuales.
Miren, yo no tengo por qué sacar la cara ni por la señora Catalá ni por nadie. Y además a la señora Catalá no siempre le gustan las cosas que yo digo, lo sé, pero al César lo que es del César: ella no dijo lo que otros dicen que dijo. Ministras incluidas a las que se les debería exigir mejor comprensión auditiva o mejor intención. Es más, ella no ha suprimido la celebración del día del Orgullo, aunque gobierne con Vox. Ni ha dejado de iluminar por la noche la fachada del ayuntamiento con los colores del arco iris. Ni tampoco ha mentido, porque las pancartas de otras conmemoraciones que antes sí se ponían ella dejó de hacerlo en noviembre con la puesta en servicio de dos mupis como alternativa para ese fin.
Conclusión: la labor de oposición se tiene que hacer con argumentos veraces. O con opiniones firmes. Pero no retorciendo la realidad. Porque de lo contrario, al final nadie se creerá nada, y en ese plan la oposición siempre tiene más que perder que el gobierno.