Begoña Gómez es inocente. Como lo era Urdangarín cuando hacía el paseíllo (mil veces repetido por las teles) bajando la rampa de acceso al juzgado de Palma. Como lo era la infanta Cristina captada por decenas de cámaras a la entrada del juzgado correspondiente, e incluso dentro de él durante su declaración. Como lo era Camps, del que hay más fotos dentro y fuera de dependencias judiciales que de su época como president. Todos eran inocentes hasta que un juez declaró que efectivamente lo eran, o que no.

Begoña Gómez, hoy, es inocente. Y lo va a seguir siendo hasta el 19 y más allá, porque aquí estamos simplemente en fase de instrucción, y ella sólo es imputada, no condenada, aunque al juez Peinado le hayan hecho la raya estas últimas semanas sin importar incurrir en el riesgo de caer en el más espantoso ridículo, como han hecho El Plural y el PSOE afirmando que el juez tenía dos DNIs, cuando en realidad cada DNI era de una persona distinta aunque con el mismo nombre y apellidos.

Como Begoña Gómez es inocente no se acaba de entender esta saña contra el juez, como si lo único que se pudiera hacer en favor de la imputada fuera cargarse al magistrado en vez de argumentar  la defensa de la señora del presidente.

La Justicia no es igual para todos, está claro. Gómez no ha hecho paseíllo, no puede quedarse esperando en el pasillo, ni se le puede grabar la imagen, no sea que su lenguaje corporal desmienta su lenguaje verbal. Porque Begoña Gómez no sabe de qué le acusan. Pero yo sí sé que es inocente. De lo que sea que le acusen. Al menos de momento. Incluso un día después del 18 de julio.