La gracia fundamental de Pedro Sánchez es, por encima de cualquier otra, la de haber convencido a un grupo notable de personas de que él tiene razón en todo y de que, por tanto, hay que evitar cualquier posibilidad de que alguien le impida gobernar como a él le convenga.

A tal fin el presidente lleva los años que lleva laminando cualquier atisbo de oposición interna o institucional y colonizando con fieles, cuyo sueldo y posición dependen exclusivamente de él, las entidades desde las que se puede poner en duda la infalibilidad del líder: organismos consultivos, Banco de España, Fiscalía, prime time de TVE, etc. Y así se consolida que la mentira es sólo cambio de opinión, y que el interés propio es el interés de todos.

El último ejemplo ha salido de la boca de una de sus asalariadas, la portavoz del PSOE Esther Peña, que ha comparado los beneficios fiscales de tres provincias que casi no existen (Teruel, Soria y Cuenca) con los que se va a llevar Cataluña.

Y mientras Peña se despeña, el portavoz del ‘PSOE de Morant’, en acertada expresión de El Mundo, tampoco ha hecho ascos al papelón de ensalzar el envío de transferencias extraordinarias a la Comunidad Valenciana -que en realidad son extraordinarias limosnas- para justificar los privilegios a Cataluña que le permiten a su jefe supremo seguir siendo su jefe supremo y a él ser lo que es. Y es que servir a dos jefes (a Sánchez que te ha designado y a los valencianos que te han elegido) empieza a ser difícil, especialmente si se es ministra.

Peña además ha instado a que los socialistas que no estén de acuerdo con que el pacto catalán nos beneficia a todos (que son todos menos Illa y Morant) tengan agallas y defiendan su postura frente a los leones en el circo romano en el que van a convertir el próximo Congreso Federal. Es decir, que todo se reduce ya a las agallas, no a las neuronas.

¡Que muera la inteligencia!, como preconizó Millán Astray. Las agallas son para las ocasiones. ¿O eso eran los... sillones?