El presidente del Gobierno ha inaugurado el curso político en el Instituto Cervantes. Cosas ‘veredes’, Sancho. Y ha hecho gala de su otra gran habilidad, la de convertirse en calamar y lanzar tinta contra otros para disimular sus problemas. La elegida en este y en casi todos los casos es Díaz Ayuso, a la que ha acusado de destinar 3 de cada 10 euros que le proporciona el Estado a hacerle regalos fiscales a los ricos.
El concierto catalán pesa. Y por eso Sánchez ha anunciado en esa conferencia cervantina dos cosas: un nuevo sistema de financiación -no importa cuándo oiga usted esto- que atienda a las singularidades y que aporte más dinero a todas las comunidades (lo que augura un aumento de impuestos que palie que Cataluña aporte menos), y que se va a reunir con los presidentes autonómicos, pero uno a uno, para que sea más fácil engañarles. Lo de verse las caras en una conferencia de presidentes o al menos en un Consejo de Política Fiscal y Financiera ya si acaso otro día.
Mientras tanto en el Senado la ministra Montero se ha puesto a Cataluña por montera y ha negado que el concierto sea un concierto. Dice que es sólo una financiación singular, aunque no ha explicado cuál es la diferencia, ni tampoco cuánta pasta dejaremos de recibir todos los demás por el descuelgue catalán del régimen común.
Ah, y ha añadido que el acuerdo con Esquerra profundiza en el federalismo, esa forma de Estado, ese régimen que nadie ha votado pero que el Gobierno quiere imponernos porque si no Sánchez no podría seguir en su puesto.
Hoy hay quien sugiere que el PP podría adelantar elecciones autonómicas en algunos sitios para que sirvan de referéndum sobre lo que la gente opina del cupo catalán.